Las pintadas de «Las cuchas tienen razón» y la memoria histórica. 

Las cuchas tienen razón. 

En los últimos días, las calles de varias ciudades se han visto intervenidas por una serie de pintadas que rezan: «Las cuchas tienen razón».

Esta expresión, aparentemente críptica, ha generado un intenso debate en redes sociales, medios de comunicación y círculos académicos.

Detrás de estas palabras se esconde una discusión profunda sobre la memoria histórica, la justicia y la manera en que las sociedades enfrentan su pasado.

El término «cucha» es un coloquialismo que, dependiendo del contexto, puede referirse a personas mayores, a quienes vivieron épocas pasadas o, en algunos casos, a quienes fueron víctimas de regímenes autoritarios.

En este caso, las pintadas parecen aludir a aquellos que, desde su experiencia y memoria, reclaman que se haga justicia y se reconozcan las violaciones de derechos humanos ocurridas en el pasado.

La aparición de estas consignas coincide con un momento en el que la memoria histórica está en el centro del debate público.

En varios países de América Latina y Europa, se han intensificado los esfuerzos por revisar los crímenes de las dictaduras, los conflictos armados y otros episodios oscuros de la historia.

Sin embargo, estos procesos no están exentos de controversia. Para algunos, son un paso necesario hacia la reconciliación y la justicia; para otros, representan una reapertura de heridas que, consideran, deberían permanecer cerradas.

Las pintadas de «Las cuchas tienen razón» parecen ser una respuesta a quienes pretenden silenciar estas discusiones.

Son un recordatorio de que las voces de quienes vivieron esos tiempos no pueden ser ignoradas. Las «cuchas», en este sentido, encarnan la memoria viva de un pasado que aún duele y que sigue exigiendo respuestas.

En las redes sociales, la frase ha sido interpretada de múltiples maneras. Algunos la ven como un llamado a escuchar a las generaciones mayores, a aprender de su experiencia y a no repetir los errores del pasado.

Otros la entienden como una crítica a las narrativas oficiales que, en su afán por construir una imagen de unidad nacional, han omitido o minimizado las atrocidades cometidas.

Lo cierto es que estas pintadas han logrado lo que pocas consignas callejeras consiguen: generar un diálogo colectivo.

En plazas, universidades y cafés, la gente discute qué significa que «las cuchas tengan razón» y cómo esta idea se relaciona con la memoria histórica. ¿Quiénes son las «cuchas»?

¿Qué es lo que tienen razón en decir? ¿Cómo podemos, como sociedad, honrar su legado sin caer en la polarización?

Este fenómeno también ha puesto en evidencia las tensiones entre memoria y olvido. Para algunos, recordar es un acto de justicia; para otros, es un obstáculo para la paz social.

Las pintadas, en su simplicidad, desafían estas posturas y nos obligan a confrontar una pregunta incómoda: ¿qué precio estamos dispuestos a pagar por el olvido?

En última instancia, «Las cuchas tienen razón» es más que una frase pintada en una pared. Es un grito que interpela a la sociedad, que nos recuerda que el pasado no está muerto, sino que vive en las historias que contamos, en las luchas que emprendemos y en las memorias que decidimos preservar.

Y, sobre todo, es una invitación a escuchar a quienes, desde su experiencia, tienen algo que decirnos sobre quiénes somos y quiénes queremos ser.

Este movimiento que se ha ido regando desde Antioquia, pasando por cali y Bogotá (y varias pequeñas ciudades) que muestran la memoria histórica y ayudan a la visibilización de que pasó en la escombrera y el tema de tapar estos grafitis por la alcaldía cuando son una forma de rendir memoria a la escombrera. 

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